El árido desierto
se arrastró sin compasión,
invadiendo el corazón
de un terreno ya dispuesto.
Redujo a nada la cosecha,
impidió el buen crecimiento;
convirtiendo la ternura
en lamentables endechas.
La mañana fue lo mismo
que la noche oscura y tiesa;
conmovida por un sismo
Y la lluvia sin sospecha
que aquel lugar no era un desierto,
sino un campo ya sembrado
con bellas flores y arbolado:
un terreno ya dispuesto.
Cuando todo lo invadido
había perdido su vigor,
fue enviado desde el cielo
un aguacero redentor.
Aquel campo abrió su boca
dando saltos de alegría,
disfrutando cada gota
de aquella gran lluvia tardía.