Estaba toda empapada de sudor, sus rodillas temblorosas; su mente poseída por una idea maldita que había sido sembrada y alimentada a través de los años. Sus pies descalzos cada vez más cerca del precipicio. La brisa removía las lágrimas de sus mejillas. Mientras apretaba los puños y decía entre dientes las mismas palabras una y otra vez: “la vida no es otra cosa que un sueño”.
Los pocos intentos de salir del lodo cenagoso en que se encontraba su vida habían sido siempre bloqueados por aquellas palabras que desde su niñez escuchó constantemente: “Tu destino es el fracaso, eres poca cosa, buena para nada”. Ideas sugeridas por gente que creía le amaban. Gente frustrada con su vida, y que poseían toda la capacidad de traspasar su mediocridad a la posteridad.
Pero había algo en lo más profundo de su ser, una emoción positiva y latente; aunque algo opacada por la acumulación de basura en su mente. Fue el recuerdo de aquel sentimiento que envolvió su ser y la detuvo al pie del precipicio por un instante… ¿Qué sabía ella acerca del amor? Solo recordaba aquella reciente mirada, aquella firme voz y aquella extraña caricia que había rechazado (por miedo a ser herida, o quién sabe por qué). Ella se recordó estando entre sus brazos, como él la miraba, ella poco lo miraba. Mientras él depositaba besitos en su frente, ella se mostraba confundida; intentando encontrarle algun sentido a aquella experiencia, a aquellos desconocidos sentimientos.
En ese mismo instante, sin más pensarlo, se lanzó al vacío; y al sentir que caía se estremeció en su cama y despertó del susto. Se levantó, perpleja, y entendió que había sido amada. Que aquello que había recibido y por miedo había rechazado: aquel cuidado, aquel cariño, aquel tiempo y aquella comprensión; aquello se llamaba amor.
Y así tantas cosas que se comprenden tarde…
Me gusta tu observación…
Gracias por comentar 😉