Despertó esa mañana atraído por el olor de un lejano café. Desde su ventana, en el departamento que queda justo al cruzar la calle, vio a esa chica; tan concentrada en su lectura. A los pocos minutos la sombra tomó el lugar del sol, y la vista ya no le era permitida. Cada mañana despertaba deseando ser ese pequeño rayo de sol que cruzaba a través de los árboles y rebotaba en la vitrina de la tienda de abajo hasta entrar silenciosamente en ese lugar sagrado, aunque fuese por esos pocos minutos. Y mirar de cerca aquel rostro pensativo, conocer sobre qué cosas dedicaba su tiempo de lectura, y así averiguar un poco sus intereses. Entre otras cosas, deseaba llegar a entender qué era eso que él sentía cuando la miraba. “Yo le entregaría mi amor”, pensaba él; “¡Mentiras hombre! ni tú mismo te crees eso; no te mereces un corazón tan tierno como el de esa chica. Queda tan distante de ti como distantes quedan nuestras ventanas”.
Cuan vacíos le fueron los días nublados y tan solitarios los días de lluvia. “Construiría un puente, recolectaría algunas frases bonitas y lo cruzaría llevando algunas flores”. “¿Qué sé yo del amor? ¿Y si esto que siento al mirarla desde esta distancia es otra cosa que no tiene nada que ver con el amor? ¿Acaso existen cosas como el alma gemela o el amor a primera vista? ¿Acaso es verdad que el destino a fin de cuentas determina la unión entre dos vidas? O es que de veras existe el tal Cupido ese, y me ha flechado con su veneno mortal”…
Muy bueno
Gracias Alain 😉