-Mientras observo la periferia-
Hola, hoy es 22 de agosto (fecha en que comencé a escribir esta entrada). Quiero contarte algo que me pasó durante mi (media) hora de almuerzo. Estoy releyendo Rayuela (esta vez la segunda posibilidad), estoy absorto en el capítulo 23. Me detengo a darme un trago de agua (de esas que tienen soda y un toque de limón), miro a mi alrededor y me pregunto «¿Qué si escribo algunas cosas acerca de las personas que veo?» Si lees el principio del capítulo 23 sabrás por qué pienso escribir estas cosas. (En ocasiones surgen ideas durante el tiempo de lectura. Soy un aficionado en esto de la escritura, pero siempre ando escribiendo un poco aquí y allá).
Miro a mi alrededor y veo a unas siete personas, conmigo ocho. La verdad es que me tomaría algún tiempo dándote descripciones si es que estuvieran haciendo algo que me permitiera distinguir entre ellos; se parecen tanto, todos ellos se parecen demasiado. Y yo, como lo que tenía a la mano para poner esto por escrito era el teléfono inteligente, me di cuenta de que comencé a parecerme a todos ellos. Estábamos todos juntos como una manada de bisontes (o búfalos), pero cada quien en su pequeño cubo de cristal.
Mi periferia era algo así como un asunto en estado crítico de personas sentadas tan cerca, pero a la vez tan distantes; tan individualmente juntos.
Puse mi teléfono a un lado y me detuve a mirarlos. Acabé escribiendo un poema titulado Autómata. Un autómata, según la RAE, cuando se trata de un ser humano hace referencia a «Persona que actúa sin reflexión»; algo así como un zombi.
De repente, todos comenzaron a mirarme
con cara de hambre;
habían sido alimentados por un contenido extraño
capaz de inducirle apetitos cada vez más desordenados.
Un insaciable contenido
que les obligaba a desplazar el dedo pulgar incansablemente.
Se fueron acercando, tropezando entre ellos
y con las sillas que los distanciaban de mí.
Les dejé saber que yo era uno de ellos,
pero no obtuve ningún resultado.
La baba les recorría por el cuello
y sacaban la lengua haciendo espantosas muecas
interpretando "los memes" que habían visto.
Tuve que dejar de escribir
porque uno de ellos puso una mano sobre mi espalda
que estaba empapada de sudor con un pánico desconocido;
era un compañero de trabajo,
anunciándome el (triste) final de la media hora de almuerzo.
Hasta la próxima…
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