como quien se despide de un pasajero que aborda un tren y desde la estación mueve la mano de un lado a otro pensando en si se debe estar pensando en decir adiós o mejor hasta pronto acariciando cierta esperanza pero sin saber nada absolutamente nada solo sintiendo que te están apretando las vísceras y que no sabes qué sentir porque yo mismo ahora mismo no sé lo que siento ni siquiera sé si debo estar pensando en todo esto o diciéndole adiós o tal vez te amo o te voy a extrañar no debiste haberte ido regresa y cosas como esas pero se sigue yendo y cada vez está más allá que acá y la distancia apesta o pesa o duele porque nadie quiere la distancia cuando se puede estar tan cerca cuando se quiere estar tan cerca y que importa ahora ya se fue ahora lo que queda es extrañar esperar desear que regrese desearlo solamente y tener algo de esperanza pero la esperanza se cansa con el tiempo y ya no quiero esperar aunque se acaba de ir y yo aquí como un tonto sigo moviendo la mano de un lado a otro sin decir nada ni adiós o vuelve pronto y esas cosas que uno dice cuando se despide de la gente que ama
Categoría: Microrrelato
Estado del paciente
Síntomas: desvarío, sueños sin sentido aparente; maripositas y conejitos, etc.
Posible causa: Sobredosis de Literatura (demasiada ficción).
Tipo de narcóticos: una extensa novela (sin mención de nombres por asuntos editoriales, etc.), incesante repetición de unos cuantos relatos cortos; escritura a puño y letra en las paredes entre dormido y despierto; mucho café con leche.
*El médico recomienda, no manda, sino que recomienda abandonar la literatura y el café, o el paciente acabará perdiendo por completo la cordura.
Entomofobia
Hay una colmena cerca de la puerta de entrada de casa (veo las obreras entrar y salir a todas horas; ya sea de día o de noche). Y la verdad, aunque no estoy seguro del por qué, le tengo (no sé como llamarlo) terror a ese tipo de insectos; tal vez sea algún tipo de fobia. ¿Cómo le debo llamar a la fobia a los insectos?
Mi periferia
Miro a mi alrededor y veo a unas siete personas, conmigo ocho. La verdad es que me tomaría algún tiempo dándote descripciones si es que estuvieran haciendo algo que me permitiera distinguir entre ellos; se parecen tanto, todos ellos se parecen demasiado. Y yo, como lo que tenía a la mano para poner esto por escrito era el teléfono inteligente, me di cuenta de que comencé a parecerme a todos ellos. Estábamos todos juntos como una manada, pero cada quien en su pequeño cubo de cristal.
Mi periferia era algo así como un asunto en estado crítico de personas sentadas tan cerca, pero a la vez tan distantes; tan individualmente juntos.
La desdicha de un escritor
Llevo varios meses desayunando huevos revueltos. El colesterol lo tengo por las nubes, y los deseos de ganar en alguno de esos concursos literarios me han causado un espantoso insomnio.
Sueño, casi despierto, con que escribo cualquier cosa, cualquier estupidez arbitraria, y los pollitos (unos cinco o seis tiernos pollitos) me hacen “pío-pío” encima del papel; taladrando, en busca de yo no sé qué, encima de la mancha de mi grafito. Y no solo me fastidian duramente con su constante “pío-pío” (cosa que no me deja concentrarme), sino que dejan sus pequeños desperdicios a través de todo mi escritorio.
Llevo tres días sin poder dormir. Te escribo para que te enteres de mi estado crítico de salud, y para saber si me puedes ayudar. No sé si debas ayudarme con el asunto del colesterol, con lo del insomnio, con los pollitos; o tal vez con los gastos fúnebres.
Con este relato participé en el «PRIMER CONCURSO PARA MALOS ESCRITORES» (un microrrelato de 150 palabras). Del sitio web: Leer en la nube