El extraño deseo del «presente»

El presente se vio amenazado con el extraño deseo de no estar; queriendo evocar o tal vez ser trasladado a algún otro tiempo, si fuese posible, a un espacio producto de la imaginación; de alguna especie de predicción, o de alguna posibilidad inexistente.

Y este extraño deseo surge porque él quiere ver si de esa manera puede entender a aquellas tristes criaturas que observa todo el tiempo, tan de cerca y con mucho detenimiento. Y cansado ya de mirar a esas pobres criaturas desgastadas por sus rutinas inacabables, que se agobian la vida pensando siempre en lo que pueden llegar a ser, en lo que puede pasar, o en lo tan felices que estuvieran si las cosas fueran de esta u otra manera; o simplemente detenidos en aquellos días mejores, ya olvidados en calendarios viejos, con fechas que parecen extrañas cuando se leen; cansado de esto y de otras cosas más, deseó no estar. No necesariamente por no ser tan aceptado y querido como los otros… o tal vez esa fue la razón.

Expectativas desconocidas

Nos queremos demasiado, sí, nos queremos mucho. Aunque a veces parece que ella no entiende todo ese cariño, o que no le sea del todo suficiente. No ha dicho palabra alguna, es por la miradita esa que se le escapa de tanto en tanto, tan inquieta; es como si esperase algo más, no sé; o alguna cosa diferente, o tal vez a algún otro que no sea yo. Porque después de haber hecho esto y lo otro, y de habernos querido tanto, hasta el agotamiento, nos encontramos siempre ahí, como suspendidos, como errantes, en esa mirada de ella.

Una mirada que dice muy poco: una mirada casi desconocida; lejana. Una mirada desparramada en el horizonte; o hacia arriba, extraviada, como una estrella de esas fugases, destinadas a ningún lugar. Una mirada que pretende, a mi entender, ser interpretada, y que tal vez espera de mí lo que para mí es aún desconocido.

No sé, uno se cansa, tú sabes, o se agobia de tanta tristeza por no saber… las campanitas del balcón, el café por la tarde; las pláticas, las risas y el jazz; un buen ambiente. La pasamos tan bien. Y parece como si todo estuviera bien, pero de nuevo eso, la mirada de ella: desparramada y extraviada, y todo eso.

Es como me siento, me siento tan desarmado, tan como nada. Es como volver a vivir el mismo lamentable episodio una y otra vez; es como nunca darle al blanco. Al principio te sientes como si le has dado al blanco, y te sientes tan feliz, para después darte cuenta de que aun lo que pensaste ser no fue suficiente.

Su gran tesoro

Algunos minutos después de haber ganado un poco más de lo que había traído consigo, y cuando el hombre ya estaba por irse, llegó un tipo, puso unos cuantos dólares sobre la mesa y apuntó al uno y al otro, como quien no quiere la cosa… Después de un rato salió el tipo con un saco lleno.

El hombre indagó sobre su paradero, y fue a darse la vuelta por su casa. Lo vio por el patio, estaba tirando las últimas paladas de tierra sobre aquel espacio de terreno; supuso que había enterrado el dinero que acababa de ganar. Esperó hasta que cayera la noche. Cuando todo parecía estar en calma, el hombre escaló el muro a ciegas y cayó reventado del otro lado. Mientras se arrastraba hasta el lugar donde le pareció ver que estaba todo aquel dinero bajo tierra, pensaba en todas las cosas que podía tener con una buena suma en su posesión.

Cegado con ese pensamiento comenzó a hundir las uñas en la tierra. Los parpados estirados de extremo a extremo, la adrenalina en su pecho era insoportable; sus manos se movían desesperadas anhelando dar con su gran tesoro. Cuando por fin dio con algo que se sentía más blando que la tierra, aumentó la velocidad… después de tres horas y siete pies de profundidad, se descubrió un cuerpo desgastado, y el rostro, era el suyo.

Un vivo recuerdo

Mientras se limpia el rostro, va dejando rastros de pintura en el pañuelo que había usado cantidad de veces para desaparecer de la vista de aquellos pequeños espectadores algunas de las monedas que habían caído para su beneficio unas horas antes. Aunque aquellas sonrisas, conquistadas por sus repetidos actos, le traían duros recuerdos, por otro lado le hacían sentir que valía la pena volver a ver la luz del día.

De su gracioso maletín, de su arrugado cuaderno de recuerdos, una foto con un par de alegres rostros, y en el reverso unas pocas frases; vuelve a repetir aquellas palabras como recitando una oración vespertina, regresa la foto a su lugar mientras cae la noche.

Duerme, sueña y a las pocas horas despierta. Camina varios bloques; la casa sigue ahí, igual que antes, pero él no es más que un recuerdo… El pequeño vuelve a tomar la foto, recita de nuevo las palabras en su reverso y se vuelve a dormir.

Gracia para enmendar

Experimentó muy de cerca la muerte, pero el SEÑOR de la vida le otorgó en silencio, y de pura gracia, un tiempo extendido en que, habitando aun en ese mal usado cuerpo, y a pesar de haber desperdiciado el tan preciado regalo del presente, pudiese enmendar algunas de aquellas tan necias tomadas decisiones; las más de ellas sin tener en cuenta segundas y terceras consecuencias. Le sirvió de bien vivir el nuevo día a la luz de la eternidad.