La hilera de un sueño

Florecitas plantadas en un verde tiesto,
como el musgo, que crece,
por la humedad de la constante lluvia
y la lenta soledad del tiempo.

Como el caracol, que se arrastra sin prisa,
y no es que carezca de impaciencia,
pues está condenado a echarse el tiempo
sobre su concha.

El día declina
como hombre que se agacha
y se acomoda sobre su lecho,
aunque no de muerte aún,
sino de un cansancio
que el tiempo le arrebata.

Como ladrón oscurecido en la sombra,
que con garras de bestia
violenta el espacio
que un otro pensó muy suyo.
¿Por cuánto tiempo?

Ese raro momento

Ese raro momento...
flotan los dedos,
casi no los alcanza el pensamiento.
No interrumpas, razón;
no sé si puedas con esto.
Buscas con afán un sentido
que se escapa de ti, y de mí.
Corres tan de prisa,
y de prisa busco escapar de tu intento 
de ponerle freno
a las palabras precisas que dan forma a un verso
que se muestra en tu ausencia.

Ese raro momento...
descubro que escucho en silencio,
o más bien creo que siento
un ritmo que va o que viene; no sé.
Me detengo, froto mis ojos, estiro los dedos.
No busco un verso, no busco rima;
siento que persigo
o que soy perseguido tal vez.
Sí, a veces siento que soy la presa,
y escribo porque no puedo hacer otra cosa.
Porque cuando escribo voy llenando, cazando;
o me voy vaciando y siendo cazado.

Tú estás aquí y yo contigo

Para qué buscar entender esto, querida mía;
blanca lucesita de mi alma.
Suspiro que se me escapa
después de una larga jornada.
Cielito de un azul inesperado.

Te rodeo con mis brazos si hace frío,
tú te recuestas de mi hombro.
Caminamos de la mano,
y el mundo se hace tan pequeño.
Las hojas caen más despacio,
el desierto se hace una vereda
que ilumina un vivo jardín.

Y para qué buscarle sentido a todo esto.

Tú estás aquí y yo contigo;
eso es lo que importa.
Si alguien le quiere poner alguna etiqueta
y llamarle amor (o como quieran llamarle), 
pues que así sea; 
a mí me da lo mismo.

La llave de tu corazón

Me diste la llave de un corazón,
pero este corazón está maltrecho.
¿Estás segura? ¿Es este tu corazón?

Pensé que bromeabas.

Tu sonrisa es perfecta;
tu mirada alegre
y todo lo que tocas parece embellecer.

¿Quién fue capaz...?, pienso;
pero mejor hago silencio.
¿No he hecho yo pedazos algún otro corazón?

No me des tu corazón, no sé qué hacer.
Sé que no esperas que lo restaure,
te escuché decirlo. Pero...

¡Hombres de manos torpes, insensibles!, pensé;
pero mejor hago silencio.
¿No he sido torpe yo con algún otro corazón?

Calla

Calla, que el silencio suele dar sabias lecciones.
Hablas demasiado. Escuchas muy poco.
Detente, observa, aprende;
la vida es muy corta y nosotros somos muy torpes.

¡Mira! Sí, levanta la mirada.
No es que te encierres en tu silencio;
es que te abras a lo que vale la pena escuchar.

¡Camina! Sí, sigue andando, aunque sea un poco.
No es que te detengas en el camino;
es que cierres la boca y prestes atención.

No estamos exentos de tropezar;
los tropiezos son de todos,
vienen incluidos en el paquete de la vida.
Pero el que hace silencio
aprende,
aunque sea un poco más con cada recaída.

¡Levántate! Sí, ya deja de quejarte.
Pero haz silencio, no quiero escucharte.
Presta oído, aprende, y adquiere sabiduría.