Calla

Calla, que el silencio suele dar sabias lecciones.
Hablas demasiado. Escuchas muy poco.
Detente, observa, aprende;
la vida es muy corta y nosotros somos muy torpes.

¡Mira! Sí, levanta la mirada.
No es que te encierres en tu silencio;
es que te abras a lo que vale la pena escuchar.

¡Camina! Sí, sigue andando, aunque sea un poco.
No es que te detengas en el camino;
es que cierres la boca y prestes atención.

No estamos exentos de tropezar;
los tropiezos son de todos,
vienen incluidos en el paquete de la vida.
Pero el que hace silencio
aprende,
aunque sea un poco más con cada recaída.

¡Levántate! Sí, ya deja de quejarte.
Pero haz silencio, no quiero escucharte.
Presta oído, aprende, y adquiere sabiduría.

A la buena o a la mala

Armado iba un boludo al estilo viejo oeste, con su palillito entre los dientes y dos pistolas en la cintura. Andaba escupiendo, como todo un cerdo, en los lugares públicos e incitando a un duelo al que le incomodase su pinche actitud de más macho que ninguno.

La gente lo dejó por loco, pero no todos. Había una mujer, mayorcita, muy querida del pueblo, que ya le tenía por fastidio el dale que dale del tipo ese. Que si lo agarraba durante uno de esos días en que no se soportaba ni a ella misma, lo iba a enganchar en el puño como en los viejos tiempos. Ya que ningún hombre lo confrontaba, estuvo dispuesta a dejarse llevar por ese instinto animal que, entre uñas y dientes, le obligaba de manera apremiante a devolver el orden a su vecindario.

Los hijos de la señora habían salido por cuestiones de negocio. El vaquerito ese llegó pocos días después. A pesar de que sus hijos le pedían que no interviniera en asuntos violentos, sino que esperase a que ellos llegaran y que luego se habrían de tomar las medidas necesarias, ella insistía en que no podía dejar pasar un día más.

Reunió con ella algunas madres, de esas que preservaban vivo el instinto, y les impartió una charla con gritos de guerra y todo eso. «Si los hombres de este pueblo no se ajustan su cinturón y le ponen fin al jueguito de este ignorante, con todo respeto, nosotras nos encargaremos del asunto; y que Dios nos ampare«. Armadas con palos de escoba, y con la convicción de haber sido enviadas por Dios a devolver la justicia y la paz a su pueblo, emprendieron una intensa búsqueda.

Los que miraban desde lejos podían percibir a dos figuras en medio de un asunto que parecía de riña. Apenas comenzaba el saliente a despejar sigiloso la neblina, y por falta de cercanía se dificultaba identificar quién era el otro personaje delante del vaquerito empistolado. Aquel otro, que entre la neblina ocultaba su identidad, le disparó con tal retórica al vaquero, que sin necesidad de un balazo le hizo comprender su necedad.

―Tienes pinta de valentón, pero no eres más que un cobarde. Andas provocando a la gente de este pueblo porque sabes que los hijos de la señora no están.

―¿Y tú, quien eres? ―inquirió el vaquerito, levantando el pecho y retorciendo los labios.

―Soy el hombre que ya deberías haber llegado a ser. Soy el tú que has mantenido oculto entre las sombras. ¡Pero cállate! ¡Y estate quieto! Porque si no me escuchas, vas a venir a entender las cosas bajo una inevitable lluvia de palos que te espera bajando la loma.

No abandones tu cabaña

Desde la ventana, aquella mujer, la cual su marido desde su habitación contemplaba, en tanto ella observaba la manera en que aquel chico sentado en la acera veía a la gente que corría por la carretera, mientras miraban espantados hacia arriba, hacia la montaña; donde parecía que eran consumidas por el fuego sus cabañas. Sigue leyendo «No abandones tu cabaña»

Juntos de nuevo

Estamos juntos de nuevo,

con un renovado esfuerzo para construir un hogar.

Un lugar al cual deseemos regresar

después de un día de quehaceres;

después de un día de trabajos

Y dificultades que la vida nos concede. Sigue leyendo «Juntos de nuevo»