Mientras se limpia el rostro, va dejando rastros de pintura en el pañuelo que había usado cantidad de veces para desaparecer de la vista de aquellos pequeños espectadores algunas de las monedas que habían caído para su beneficio unas horas antes. Aunque aquellas sonrisas, conquistadas por sus repetidos actos, le traían duros recuerdos, por otro lado le hacían sentir que valía la pena volver a ver la luz del día.
De su gracioso maletín, de su arrugado cuaderno de recuerdos, una foto con un par de alegres rostros, y en el reverso unas pocas frases; vuelve a repetir aquellas palabras como recitando una oración vespertina, regresa la foto a su lugar mientras cae la noche.
Duerme, sueña y a las pocas horas despierta. Camina varios bloques; la casa sigue ahí, igual que antes, pero él no es más que un recuerdo… El pequeño vuelve a tomar la foto, recita de nuevo las palabras en su reverso y se vuelve a dormir.