Recuerdo el castillo aquel
en que solíamos echar a volar los sueños,
sujetados por cuerdas de amor
e impulsados por los vientos,
y nos alegrábamos a la luz del sol
con la alegría de los niños.
La única preocupación en la vida
era que no se nos escaparan de las manos;
las cometas,
que junto a las gaviotas sobrevolaban los mares.
El morro de nuestra niñez,
el castillo de nuestra infancia;
no es territorio de guerras, ya no más.
Es tierra de ensueños
y de enamorados…
Una tierra donde encuentra el amor el joven
y se deleita en su viejo amor el anciano;
y donde los niños siguen siendo niños,
para siempre.