Florecitas plantadas en un verde tiesto,
como el musgo, que crece,
por la humedad de la constante lluvia
y la lenta soledad del tiempo.
Como el caracol, que se arrastra sin prisa,
y no es que carezca de impaciencia,
pues está condenado a echarse el tiempo
sobre su concha.
El día declina
como hombre que se agacha
y se acomoda sobre su lecho,
aunque no de muerte aún,
sino de un cansancio
que el tiempo le arrebata.
Como ladrón oscurecido en la sombra,
que con garras de bestia
violenta el espacio
que un otro pensó muy suyo.
¿Por cuánto tiempo?
Etiqueta: tiempo
Somos un brevísimo instante
¿Y si todo durase lo que el aire en los pulmones?
Y si el tiempo deja de ser esa cosa incómoda,
flotante,
indescriptible,
que hace pesada la memoria;
y que provoca una ansiedad mentirosa y vana
de un mañana ilusorio,
y empapado de miedos
por un falso pronóstico de lluvia.
Entonces dejaríamos de ser,
o de seguir siendo (porque no somos seres inmutables),
porque nunca estamos completos en nosotros mismos.
Porque vamos siendo resultado.
Somos eso en que nos vamos convirtiendo,
que se encuentra siempre en movimiento
(como los caracoles, como el viento,
como la marea del mar que no conoce descanso);
entre lo que conocemos y lo que ignoramos,
entre lo que recordamos y lo que añoramos.
Vamos siendo ese espacio instantáneo,
impreciso,
entre lo que fue y lo que puede ser.
No somos ni ayer ni somos mañana,
pero somos eso que queda entre medio.
Este preciso instante,
este segundo, eso somos;
un brevísimo instante entre dos tiempos
in-habitables,
in-tocables,
in-editables.
Lluvia que no regresa
El mar es tiempo evaporado de una lluvia que vuelve a caer. La lluvia es mar evaporado de un ciclo que se repite. El río trae hasta el mar el agua blanca de la lluvia que de las mismas nubes altas la montaña recibe. Aunque el agua que del río se derrama en el amplio mar salado, es la mismísima agua que siendo dulce se desboca en el mar que abre sus fauces; no así el tiempo que ya no es tiempo sino pasado; porque pasa y no regresa como la lluvia, que al caer desde el río en el mar salado se evapora y vuelve a ser aquella lluvia.
El extraño deseo del «presente»
El presente se vio amenazado con el extraño deseo de no estar; queriendo evocar o tal vez ser trasladado a algún otro tiempo, si fuese posible, a un espacio producto de la imaginación; de alguna especie de predicción, o de alguna posibilidad inexistente.
Y este extraño deseo surge porque él quiere ver si de esa manera puede entender a aquellas tristes criaturas que observa todo el tiempo, tan de cerca y con mucho detenimiento. Y cansado ya de mirar a esas pobres criaturas desgastadas por sus rutinas inacabables, que se agobian la vida pensando siempre en lo que pueden llegar a ser, en lo que puede pasar, o en lo tan felices que estuvieran si las cosas fueran de esta u otra manera; o simplemente detenidos en aquellos días mejores, ya olvidados en calendarios viejos, con fechas que parecen extrañas cuando se leen; cansado de esto y de otras cosas más, deseó no estar. No necesariamente por no ser tan aceptado y querido como los otros… o tal vez esa fue la razón.
Gracia para enmendar
Experimentó muy de cerca la muerte, pero el SEÑOR de la vida le otorgó en silencio, y de pura gracia, un tiempo extendido en que, habitando aun en ese mal usado cuerpo, y a pesar de haber desperdiciado el tan preciado regalo del presente, pudiese enmendar algunas de aquellas tan necias tomadas decisiones; las más de ellas sin tener en cuenta segundas y terceras consecuencias. Le sirvió de bien vivir el nuevo día a la luz de la eternidad.